Posiblemente el discípulo más destacado de Jacques-Louis David fué Dominique Ingres (1780-1867). Se le suele incluir en el movimiento neoclásico por el dibujo muy marcado de sus figuras y por sus texturas «limpias». Sin embargo es un pintor difícilmente clasificable. Cuando observamos sus retratos femeninos apreciamos la influencia del Renacimiento italiano, especialmente de Rafael, pero también, en muchas de sus obras, un claro gusto por el exotismo. El orientalismo se introdujo en Francia como consecuencia de las campañas napoleónicas en Egipto y mantuvo una razonable influencia sobre su pintura durante el siglo XIX. Sus figuras femeninas muestran poco las rígidas líneas rectas que caracterizan el Neoclasicismo y mucho de las voluptuosas curvas del Barroco.
La inspección rápida de la obra de Ingres da, en ocasiones, la impresión de simple. No nos engañemos, no lo es en absoluto. Generalmente es incluso poco realista.
Observemos la obra conocida como «La fuente», que representa una muchacha sencilla con un cántaro que se vierte. El catedrático de Psicología del Arte de la Universidad de Harvard Rudolph Arnheim, en su obra «Arte y percepción visual» hace un profundo estudio de esta pintura del que tomo prestado algunos elementos. Fijémonos en la posición del brazo y el cántaro: Lo que desde la óptica visual, en el plano bidimensional del cuadro, es verosímil, no resulta así en el mundo real. Se trata de una posición incómoda y artificiosa.
Sobre la temática del cuadro escribió:
En contraste con el «rostro» vacío del cántaro, los rasgos de la muchacha establecen un contacto más marcado con el observador. Al mismo tiempo, el cántaro deja que el agua mane libremente, mientras la boca de la muchacha está cerrada. Este contraste no acaba en el rostro. El cántaro, con sus connotaciones uterinas, rima también con el cuerpo humano, y de nuevo aquí la semejanza sirve para subrayar que en tanto el recipiente libera abiertamente la corriente, la zona pelviana del cuerpo está cerrada. El cuadro, en suma, juega con la femineidad retenida pero prometida
La aparente verticalidad de la obra no se cumple. Está formada por pequeños ejes oblicuos con direcciones oscilantes y que se compensan con otros transversales, más cortos, que se inclinan en uno y otro sentido. Esto da gracilidad a la figura generando una sensación de movimiento.
Si en «La fuente» la disposición del brazo se aleja del realismo para lograr una mayor expresividad veremos cómo este autor, en otras obras, modifica la propia anatomía de sus modelos con fines artísticos. Lo podemos apreciar en tres obras, muy conocidas y fuertemente relacionadas: «La gran odalisca», «La bañista de Balpinçon» y «El baño turco». En la primera de estas obras la relación entre la espalda, las nalgas y las piernas resulta, cuanto menos, extraña. Da la impresión de una fotografía realizada con un gran angular exagerado en la que el predominio relativo del primer plano inmediato, las nalgas de la mujer, permite acentuar la curvatura del cuerpo y al mismo tiempo sostener esa mirada que nos dirige, pese a encontrarse de espaldas. La altura de la mirada indica que mira al pintor localizado a su nivel, o a nosotros colocados en la posición del pintor. El cuadro está pintado en tonos fríos, pero no notamos frialdad en el mismo. El cuerpo muy dibujado y fuertemente iluminado se destaca en gran parte sobre un fondo negro, pero el refinamiento, detallismo y lujo con el que se tratan los escasos adornos: el tocado, pulsera, un cinturón (?) situado en primer plano, o el abanico de plumas de pavo real, dan calidez y refinamiento muy al gusto orientalizante. En la parte derecha parece observarse una pipa de opio.
En las dos últimas se representa, claramente a la misma mujer de espaldas de la que según un crítico, tiene tres vértebras de más. Ingres sacrifica la realidad en favor de su concepción de la belleza, pero también intenta lograr el objetivo artístico de representar un cuerpo humano al mismo tiempo de espaldas y de frente. Esto tuvo una gran influencia en Picasso y se llevó al límite con el cubismo.
En «la bañista de Balpinçon», esta doble visión frontal-trasera no se encuentra tan destacada cono en la «Gran Odalisca» o en «El baño turco». Apreciamos la distorsión de la espalda comentada, en un cuadro de factura más sencilla. No existen los refinamiento de «La Gran Odalisca», pero la obra no está totalmente exenta de los mismos. El curioso paño que envuelve parcialmente el brazo izquierdo de la dama, el tocado realizado con mucho detalle y cuyos elementos rojos acompañan unos zapatos del mismo color caídos junto a los pies de la misma, dan un toque erótico-fetichista a la imagen.
Finalmente, voy a comentar un poco una de las obras más conocidas de Ingres: «El baño turco». Una obra muy tardía que el pintor llevó a cabo a los 82 años (lo indica expresamente con su firma). Para empezar nos sorprende el formato de la obra. El formato circular no estaba de moda en la época. Pocas veces lo ha estado, aunque algunos pintores renacentistas como Rafael o Botticelli lo utilizaron en sus cuadros, y conocemos la influencia que tuvo Rafael en la pintura de Ingres. En cualquier caso, la pintura se compuso originalmente con un formato rectangular y el pintor acabó recortando el mismo. Ello nos da una visión similar a la que obtendríamos a través del ojo de una cerradura y aprieta en el espacio los cuerpos desnudos de un gran número de odaliscas que vemos en un imaginario harén. Éste debería evocar a los franceses de la época el mundo narrado por Sheherezade en las Mil y Una Noches (la primera versión europea la había editado el francés Antoine Galland entre 1704 y 1719).
Junto a la mujer de espaldas que toca el instrumento musical y se asemeja extraordinariamente a la representada en «La bañista de Balpinçon», se destaca un grupo de tres figuras colocadas en primer plano a su derecha. La primera en una pose erotizante con los brazos extendidos sobre la cabeza mira a algún lugar situado a su izquierda. Las otras dos se encuentran abrazadas y una de ellas acaricia el pecho de la otra en un ritual lésbico. Su figura parece destacarse gracias al tocado (¿corona?). Quizás es la Favorita. La intérprete parece dirigir su mirada al cuerpo de éstas, pero no a la cara. En toda la obra las miradas no se cruzan y ello parece aislar a estas mujeres, pese al íntimo contacto de sus cuerpos.
La obra se vendió inicialmente a un familiar de Napoleón III, que tuvo que devolverla ante la negativa de su mujer a aceptarla, pues la consideraba indecorosa.
Los desnudos femeninos de Jean-Auguste Dominique Ingres juegan un papel destacado en la Historia del Arte y su influencia se dejó sentir en los siglos XIX y XX.
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