Aunque haya tardado mucho en presentar la obra de Paul Gauguin (París, Francia, 1848-1903), no cabe ninguna duda de que fue uno de los artistas más destacados de la segunda mitad del siglo XIX y su obra un referente para toda la vanguardia del siglo XX. Los expresionistas alemanes alemanes, los fovistas y, de un modo muy directo, el movimiento Nabis, deben muchísimo a este destacado artista que, a falta de una etiqueta mejor, se le encuadra dentro del postimpresionismo francés. El propio Picasso se vió influido por la obra de este artista que se inició como tal de la mano de su amigo Pisarro con unas pinturas que representaban el mundo rural bretón.

Joven bretón – Paul Gauguin Jóvenes bretones bañándose – Paul Gauguin

En 1887 viajó a Martinica – en la que estuvo seis meses – lo que supuso un cambio en su obra hacia otra más colorista dando lugar a una transición hacia su pintura más conocida, realizada posteriormente durante su estancia en Tahití. De hecho, fueron dos viajes a esta isla polinésica. El primero de 1891 a 1893, y el segundo, y definitivo, a partir de 1895. Problemas familiares y de salud complicaron la vida de este artista.
La obra de Gauguin es plana, soportada por amplias superficies cromáticas y, con frecuencia, por líneas delimitadoras intensas, como hicieron los cloisonistas (Louis Anquetin, Émile Bernard). Sus colores son puros, pero mates, utilizando para ello una técnica conocida como «peinture a l’essence» en la que utilizaba aceite de trementina. También empleó otras muchas técnicas complejas. Les recomiendo el amplio análisis que se lleva a cabo en Wikipedia, sobre un artista que se mostró siempre disconforme con la deriva que tomaba arte europeo del momento.













