Para comprender la obra de Boucher hay que posicionarse en la primera mitad del siglo XVIII, un siglo con un estilo muy alejado del de los siglos precedentes.El arte barroco pierde todo su dramatismo y se vuelve mucho más recargado y «decorativo». Da paso al arte rococó. Este estilo dirigido según el gusto personal del monarca francés Luis XIV, y posteriormente Luis XV, dominó las cortes europeas. El lujo y la relajación de las costumbres sexuales se aprecian en el arte de la época que, como se observa en el arte pastoril, se aleja totalmente de la sociedad para crear mundos ficticios del gusto de la corte. La Revolución Francesa y, artísticamente, el Neoclasicismo acabarían con esta tendencia antes de acabar el siglo.
Independientemente de que debo reconocer que no me agrada particularmente este movimiento, considero que François Boucher nos ha dejado desnudos femeninos de una extraordinaria belleza. Por ejemplo, este retrato de Mademoiselle O’Murphy, una amante de catorce años del rey Luis XV en la que apreciamos su extraordinaria sensualidad y su claro y buscado componente erótico. Hoy sería pornografía infantil, pero si nos olvidamos de este hecho (de nada nos vale intentar proyectar nuestras valoraciones morales a hechos ocurridos en una historia lejana) podemos admirar los recursos
utilizados por el pintor para lograr estos efectos. Tanto la figura como lo que podemos considerar ropa de cama, se encuentran bañadas por una luz difusa. La pintura se aplica en pinceladas pequeñas y cuidadas dando a la piel de la muchacha un tono rosáceo y de porcelana. Los otros elementos bañados por la luz tiene delicados tonos pastel que contrastan con los ocres y marrones del diván y cortinajes. El ligero desequilibrio de su cuerpo que parece que puede caer hacia nosotros en cualquier momento y la estructura del mismo en forma de cruz que enfatiza la imagen de las nalgas realza el componente erótico. Por el contrario, la joven no nos mira. Su mirada se dirige fuera de la escena. No hay una provocación directa. También la posición de las manos nos hace recordar esas Venus mitológicas. Esta figura fusiona, en cierto modo, el aspecto divino y humano del amor. Veremos, en una próxima entrada, la gran diferencia que supone la Maja Desnuda de Goya.
A colación de esta obra me permito reproducir un fragmento del artículo «Ya no es una diosa» de Fred Licht:
» Nos acercamos más a lo que la desnudez significa en términos modernos con la observación de Diderot de que entre una mujer desnuda y una mujer desvestida hay un mundo de diferencia. Estar desvestido no implica un estado natural, sino una transgresión deliberada de lo establecido dentro de un sistema en el que la norma es estar vestido. Estar desnudo implica una dimensión heroica e inocente… Esta aceptación de una desnudez emblemática de una dimensión heroica o divina… se mantiene durante siglos, incluso en una pintura tan licenciosa como la célebre Mademoiselle O’Murphy de Boucher» (El desnudo en el Museo del Prado, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1998)
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