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Observemos la primera pintura. Un cuadro de Giorgione denominado «Venus dormida». Toda la sensualidad y un fino erotismo se desprende de la misma. La concepción de la belleza de una mujer idealizada, tan querida por el Renacimiento italiano se ponen de manifiesto. La mujer se representa recostada, contrariamente a los desnudos verticales que, hasta entonces dominaban la pintura, destacando las curvas. La axila descubierta y la mano en el pubis refuerzan ese erotismo. En una diosa y está ausente. Se integra en una Naturaleza apacible (pese a algunos elementos artificiosos del primer plano). Los colores son, relativamente fríos y la composición, en la que dominan las líneas horizontales, muestra calma y reposo.
La segundo obra, de Tiziano («La venus de Urbino») y realizada algunos años después, se inspiró claramente en la de Giorgione. Las formas son las mismas, pero la lectura es diferente. La mujer no duerme, mira directamente al espectador y se siente observada. No es una diosa sino una mortal acompañada por una doméstica y por su perro. No está en la Naturaleza sino un su habitación en la que la fuerte perspectiva lineal aplicada a la obra destaca más su presencia en el primer plano. Tanto en esta obra como en la anterior se utilizan carnaciones muy blancas para representar el cuerpo femenino a la moda en la época. Tiziano refuerza este efecto con un semi panel negro detrás de la cabeza y torso de la figura. Los colores, netamente más cálidos. La técnica del óleo, refinada por este autor, da también a las figuras un tono luminoso y destacado.