Adentrarse en la obra de Rufino Tamayo (Oaxaca, México, 1899-1991) es sumergirse en un mundo mágico de dibujos, colores y texturas. Un mundo creativo que no tiene nada que envidiar al de las vanguardias artísticas europeas del siglo XX que este polémico infatigable trabajador y viajero, conoció e integró en su obra, al igual que el nuevo arte que se fue gestando en Nueva York hacia la mitad del siglo. Este aspecto integrador lo separa de los célebres muralistas mexicanos (Rivera, Orozco y Siqueiros). Ambos parten del indigenismo local, pero la obra de Tamayo no quiere circunscribirse a ese mundo ni tampoco asumir una connotación política, con lo que la aleja del célebre «realismo socialista» y la dirige cada vez más hacia la abstracción. Así comenta:
“Mi sentimiento es mexicano, mi color es mexicano, mis formas son mexicanas, pero mi concepto es una mezcla (…) Ser mexicano, nutrirme en la tradición de mi tierra, pero al mismo tiempo recibir del mundo y dar al mundo cuanto pueda: este es mi credo de mexicano internacional”.
O esta otra:
«¡Pobre del arte si está comprometido! Si está al servicio de otras cosas, ya no tiene su calidad principal».
El sincretismo de este artista genera una neofiguración poco realista por lo que los conceptos de «desnudo» que centran estas pequeñas entradas, deben entenderse dentro de estas limitaciones.
Tamayo, aunque prefirió siempre la pintura de caballete y el dibujo, también realizó algunos murales. Por ejemplo «América»:

América – Rufino Tamayo
A continuación les muestro una selección de sus pinturas y grabados:

Adam – Rufino Tamayo

Eva – Rufino Tamayo

Mujer en blanco – Rufino Tamayo