El cubismo, creado por Bracque y Picasso y al que se unirían luego numerosos artistas, fue uno de los movimientos más innovadores de principios de siglo XX. Se desarrolló entre 1907 y 1914 y supuso una ruptura con respecto a la visión clásica de la obra de arte. Desaparece en el mismo la perspectiva tradicional y – aunque ya habíamos visto que artistas, como Matisse, habían intentado retener la imagen en el espacio bidimensional del lienzo utilizando el color como un elemento configurador del espacio – el efecto es mucho más radical. Ahora el color no es destacado y sus tonos son apagados en la mayoría de las obras. Por el contrario, el espacio se descompone en planos con formas geométricas sencillas que, solapadas, llegan a permitir la observación de la figura desde posiciones diferentes. La imagen resultante puede ser objetiva, pero no una muestra de realismo visual.
El cubismo suele centrar su atención en objetos sencillos e inanimados. El cuerpo humano pierde bastante protagonismo y, en este contexto, el desnudo suele ser poco más que un concepto. Pero la primera obra cubista “Las señoritas de Avignon” de Picasso cumple con todos los requisitos.
Esta obra ha sido muy estudiada y comentada. Aparentemente estamos viendo una escena de burdel, lo que se aprecia mejor si observamos algunos de los bocetos previos que realizó Picasso en los que aparecen figuras masculinas completamente vestidas. Cinco mujeres se ven representadas en el cuadro. Una de ellas, a la izquierda del observador, parece ocuparse de levantar un cortinaje como para intentar mostrarnos a las tres señoritas que se encuentran de pie, con los brazos en alto y mostrando las axilas, y nos observan. La quinta se encuentra sentada, de espaldas, con las piernas muy abiertas. Pese a su posición nos dirige una mirada imposible. Claramente, ya no tenemos esa clásica visión voyerista del burdel. La dirección de las miradas y la ausencia de personajes masculinos que permitieran algún grado de proyección, convierten al espectador en el sujeto observado.
Técnicamente observamos que las figuras se encuentran descompuestas en planos diferenciados por los tonos de color o por zonas blancas (realmente ausencia de pintura) que aportan luminosidad y una cierta volumetría. La ausencia de perspectiva se ve en parte compensada por estos efectos de luz y por la disposición en diagonal del bodegón que suavizan la planaridad de la obra.
Los cuerpos femeninos han perdido las curvas y se vuelven angulosos. Las caras tienen distintas tonalidades (¿diferentes razas?) y las de las dos mujeres de la derecha parecen hacer sido construidas con esas máscaras africanas que habían llamado tanto la atención a los artistas de finales del XIX y principios del XX. Resalto nuevamenta la doble visión del cuerpo de la mujer sentada dando la espalda al observador pero mirándonos, al mismo tiempo, frontalmente.
Pese a estar circunscrita a un movimiento artístico concreto, desarrollado en pocos años, la obra cubista de Picasso es extraordinariamente variada. Podemos verlo en estas tres obras que les muestro a continuación.
O Sobre la obra «El atleta», José Julio Perlado, en su blog «Mi Siglo» incluye un comentario que me parece muy interesante y transcribo:
“La frente aparece dividida a menudo – decía Golding comentando los retratos de Picasso en “Cubismo. Historia y análisis 1907-1914” – por un realce en medio o por una hendidura; dos planos simplificados unen las cuencas de los ojos a la frente, mientras las zonas entre mandíbula, nariz y boca quedan claramente distinguidas. Las cabezas están vistas desde un nivel sólo levemente superior, o sea normal; pero las zonas inferiores de la nariz y las mandíbulas resultan claramente visibles. La parte del cuello que puede verse está realizada conforme a un gran plano curvo, en general origen de la descomposición plástica del cuello y de la garganta“.
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