El siglo XVII en España no fue muy propicio para la representación del desnudo. La Contrarreforma en general y la Inquisición en particular, impusieron una rígida censura a todo lo que consideraban licencioso. La excusa mitológica empezaba a estar mal vista y las obras de carácter religioso tampoco proveían materia adecuada para la representación del cuerpo desnudo. No todos los artistas podían gozar de la libertad de Velázquez, pintor real. Sorprende, por tanto, encontrar desnudos dentro de la obra de alguno de los imagineros más destacados del momento.
El artista más destacado de la escuela castellana de escultura fue, sin duda, Gregorio Fernández, cuyos Cristos yacentes, crucificados y piedades, son hoy el orgullo de Valladolid y su Semana Santa. Voy a mostrar dos obras de este autor.
La primera es una talla de 1,10 metros, una obra temprana en madera hueca policromada que representa al arcángel San Gabriel como un joven completamente desnudo. El cuerpo, extraordinariamente bien tratado muestra sin embargo una cierta idealización (alargamiento de las extremidades y el cuello). La policromía rosácea destaca la juventud del joven. Una postura aerodinámica y la posición de las manos (me recuerdan a las de un bailarín de danza clásica) le suministran elegancia y un cierto toque etéreo e ingenuo al mismo tiempo. La obra se la ha relacionado con el “Mercurio alado” de Juan de Bolonia, un florentino del siglo XVI y, ciertamente, el parecido de las posturas es muy grande.
El tratamiento del pelo y los ojos vítreos postizos serán los mismos que los que veremos en la obra posterior de este escultor, aunque en ésta el realismo y dramatismo de las figuras se vuelve dominante.
La segunda obra que les muestro de este autor es el “Ecce Homo”. Considerada por algunos como la pieza más destacada de Gregorio Fernández, muestra una talla en madera maciza de Cristo de tamaño natural. La imagen clasicista sorprende por la posición de los brazos y las manos que nos recuerdan a las de las Venus, clásicas o renacentistas. El cuerpo proporcionado y en contraposto tiene un color relativamente claro que destaca en la espalda los tonos rojizos y ocres de los golpes y la sangre. Muy característico de toda la obra de este maestro es la representación de un Cristo con cabello, bigote y barba muy abundante y rizada. Esta
última partida. Los ojos son postizos, como en la obra anterior. El paño de pureza con muchos y rígidos pliegues (una de las características del autor), no se encuentra labrado sino es un lienzo encolado superpuesto. El Cristo está desnudo.
Si Gregorio Fernández fue el centro de la imaginería de la escuela castellana, Alonso Cano es uno de los exponentes máximos de la otra escuela que existió en ese momento: la escuela andaluza. De su extensa producción escultórica, en la que destacan las imágenes de la Virgen en actitudes amables y muy alejadas del dramatismo de Gregorio Fernández, sólo conozco un desnudo, “El niño Jesús triunfante”. No se trata de una talla en madera sino una fundición en “peltre”, una aleación en la que domina el plomo, sobre la que se establece la policromía, muy cuidada en este caso. La imagen es tremendamente realista (no abundan los ejemplos de niños con apariencia de niños en la historia del arte hasta esa fecha), con barriga y ombligo destacados, un gracioso corte de pelo que se aleja de los característicos bucles y una mirada triste y melancólica.
Alonso Cano no sólo fue un escultor sino también un pintor prominente. Merece destacarse esta obra, “Descenso de Cristo al Limbo”, en la que aparece un desnudo de Eva cuidado y sugestivo tratado al modo de los artistas clásicos del renacimiento italiano (Tiziano, Tintoretto o Veronés). La obra estructurada en
diagonal dirige nuestra atención hacia los condenados (mirada de Cristo y de las dos figuras adultas) y de estos hacia la promesa de salvación (brazos de Cristo y bandera),
adquiriendo un cierto dinamismo. Hay mucho espacio sobre las figuras lo que destaca el carácter trascendente de éstas. La luz desde el vértice inferior izquierdo modela y aclara el cuerpo de Cristo y el de Eva. Es posible que la parte inferior izquierda, muy esbozada, indique que la obra está incompleta. No es seguro. Lo que si es cierto es el interés del autor por la misma puesta de manifiesto en la existencia de un dibujo preparatorio.