El desnudo en el arte tiene un carácter polisémico. Nos permite representar ideas muy diferentes y ocasionalmente enfrentadas. De este modo permite representar tanto una tierna escena sentimental y el apacible mundo del desnudo compartido naturista, como la perversión y la violencia. En estas líneas pretendo mostrar dos obras, ejecutadas mediante técnicas artísticas muy diferentes (fotografía y pintura), cuya temática es la violencia. En la primera observamos al agresor (fotografía de Mapplethorpe), en la segunda a las víctimas (pintura de Botero).

Naturalmente, lo que sigue es una reflexión personal. No pretendo hacer crítica de arte. Sólo comentar lo que me transmiten estas obras así como los elementos estructurales de las mismas que, a mi entender, refuerzan esta lectura.

En la obra de Mapplethorpe desnudo y sexo se identifican plenamente con la violencia, que no se escenifica directamente sino que adopta un carácter simbólico. No hay elementos identificativos del sujeto; no se muestra la cara, y el cuerpo queda reducido a una pequeña parte del tronco que se semimimetiza con el fondo, y no llena ni la tercera parte del mismo. Del mismo salen, paralelamente, una mano que empuña una pistola y un pene itifálico. Ambos apuntan en la misma dirección. El paralelismo indicado y la ausencia de otros elementos en la composición los ponen en correspondencia directa. La iluminación diferencial destaca igualmente, sobre el gris neutro del fondo, la mano-pistola y el sexo, agrupándolos en una misma entidad. La pistola es mucho menor y señala al sexo como principal elemento agresivo. No se muestra directamente al agresor y tampoco al sujeto agredido. Violencia ciega.

Contrariamente a Mapplethorpe, Fernando Botero nos muestra en este triptico pictórico a la víctima o víctimas, omitiendo al agresor. Tampoco se personalizan las figuras pues mantiene el rostro bastante oculto por una serie de sacos o capuchas de color rojo. Apenas apreciamos, en las dos primeras imágenes representadas frontalmente, un rictus en sus bocas. Estamos ante la representación de las tristemente célebres torturas de Abu Ghraib, pero Botero no quiere ensañarse con los detalles de las mismas. Los cuerpos son fuertes y voluminosos, como es norma en todas las obras de este artista. Como elementos indicadores de esta violencia se aprecian las cuerdas, que atan a los presos, las rejas, que muestran su confinamiento, y las manchas de sangre muy localizadas y «teatrales»; de un modo menos perceptible ese rictus facial que nos muestra el dolor. Los mismos capuchones rojos parecen relacionarse con la sangre y, por ende, la violencia. Los cuerpos desnudos nos indican ahora la vulnerabilidad de las víctimas, su indefensión total. Toda la obra parece tener una lectura más simbólica que fotográfica y apelar a una visión más intelectual que sentimental. Desnudas y sin rostro se nos muestran a estas personas sólo como un objeto de un sádico ensañamiento.

La violencia protagonizan estas dos obras muy diferentes tanto desde el punto de vista técnico como desde la óptica del sujeto representado. Cuerpo agresor – cuerpo agredido.