Aubrey Beardsley (Brighton, Inglaterra, 1872-1998) fue un joven que en pocos años de actividad (murió antes de cumplir los 26 años) logró conmocionar la conservadora sociedad victoriana con una obra provocadora desde el punto de vista artístico y moral. De él mismo decía que su meta era lo grotesco y si no era grotesco no era nada. Sin embargo, no se me ocurriría – con los ojos de hoy en día – considerar su obra como grotesca, en el sentido que le da al término la Real Academia de la Lengua Española de «ridículo o extravagante». Tampoco la de «irregular, grosero o de mal gusto», ni siquiera para las ilustraciones eróticas correspondientes a la obra de Aristófanes, Lisístrata. Sus formas se ven muy influidas por las usadas por su maestro Edward Burne-Jones y los prerrafaelistas y definen un estilo «modernista» que dejará una fuerte impronta en el arte. Líneas negras finas que separan zonas negras y blancas, amplias curvas envolventes para los ropajes, separación rígida entre zonas negras, blancas y tramados, y un fuerte carácter decorativo, configurarán su personal estilo. Posiblemente su idea de lo grotesco se refiera a la fuerte crítica dirigida hacia una sociedad hipócrita, que compartió con el escritor Oscar Wilde del que llegó a ilustrar su obra Salomé.